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domingo, 20 de octubre de 2013

Respiro

                Callado, pero no en silencio. Afuera soplaba el viento de forma impetuosa, mas eso no le detuvo para salir y dejar que el viento se llevara consigo todo aquello que rondaba en su cabeza. Comenzó a caminar, cabizbajo, no por estar triste sino por evitar ver esos edificios que se asemejaban a asfixiantes muros. Cuando notó la luz que reflejaba la luna bañando el suelo que pisaba levantó la mirada y se dejó apaciguar por la solemnidad del satélite. Caminó y caminó, sin rumbo fijo pero con un objetivo claro: hablarle. El viento se convirtió en una simpática brisa que acariciaba el pelo y aliviaba el corazón, la noche se hizo acogedora y templada.

                No tardó en encontrar un lugar idóneo donde sentarse y ver la luna y sus inquietudes reflejadas en el agua de un río cargado de agua y muchos recuerdos. Supo que ahí le encontraría y podría hablarle para recuperar la paz que hacía tiempo que se le había escapado.

                “Señor, ciertamente Tú me creaste débil, soy débil y necesito de Ti, puesto que Tú me otorgas fuerza para seguir recorriendo Tu camino. Señor, mi prioridad es quererte y complacerte, por encima de cualquier otra cosa, y así intento que sea desde que haces que mi alma vuelva a habitar en mi cuerpo cada amanecer hasta que haces que vuelva a ti cuando asoman las estrellas. Si esto es una prueba, ten misericordia de mí y perdóname por no tener toda la paciencia que debiera tener, perdóname por refugiarme en mí mismo en vez de acudir a Ti siempre que flaqueo. Señor, no te pido una carga más ligera sino unos hombros más fuertes para soportarla, y un espíritu más puro y noble, puesto que quiero cumplir Tu voluntad de buena gana. En Ti me refugio y a Ti imploro ayuda, ciertamente Tú eres el más Misericordioso y Compasivo”


                La inquietud le abandonó en forma de lágrimas que acabaron contribuyendo al caudal del río, y por fin consiguió el silencio que tanto anhelaba. Un silencio reparador y pacífico que le impulsó a levantarse y afrontar el mundo con ilusión y optimismo. Retomó la caminata, cabizbajo, pero esta vez no era por esconder la mirada de los ya no tan asfixiantes edificios de la ciudad, sino por humildad y sumisión. Mas esta vez escondía algo que no llevaba antes: una discreta sonrisa producto de una fe completamente renovada.

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