Callado, pero no en silencio.
Afuera soplaba el viento de forma impetuosa, mas eso no le detuvo para salir y
dejar que el viento se llevara consigo todo aquello que rondaba en su cabeza.
Comenzó a caminar, cabizbajo, no por estar triste sino por evitar ver esos
edificios que se asemejaban a asfixiantes muros. Cuando notó la luz que reflejaba
la luna bañando el suelo que pisaba levantó la mirada y se dejó apaciguar por
la solemnidad del satélite. Caminó y caminó, sin rumbo fijo pero con un
objetivo claro: hablarle. El viento se convirtió en una simpática brisa que
acariciaba el pelo y aliviaba el corazón, la noche se hizo acogedora y
templada.
No
tardó en encontrar un lugar idóneo donde sentarse y ver la luna y sus
inquietudes reflejadas en el agua de un río cargado de agua y muchos recuerdos.
Supo que ahí le encontraría y podría hablarle para recuperar la paz que hacía
tiempo que se le había escapado.
“Señor,
ciertamente Tú me creaste débil, soy débil y necesito de Ti, puesto que Tú me
otorgas fuerza para seguir recorriendo Tu camino. Señor, mi prioridad es
quererte y complacerte, por encima de cualquier otra cosa, y así intento que
sea desde que haces que mi alma vuelva a habitar en mi cuerpo cada amanecer
hasta que haces que vuelva a ti cuando asoman las estrellas. Si esto es una
prueba, ten misericordia de mí y perdóname por no tener toda la paciencia que
debiera tener, perdóname por refugiarme en mí mismo en vez de acudir a Ti
siempre que flaqueo. Señor, no te pido una carga más ligera sino unos hombros
más fuertes para soportarla, y un espíritu más puro y noble, puesto que quiero
cumplir Tu voluntad de buena gana. En Ti me refugio y a Ti imploro ayuda, ciertamente
Tú eres el más Misericordioso y Compasivo”
La
inquietud le abandonó en forma de lágrimas que acabaron contribuyendo al caudal
del río, y por fin consiguió el silencio que tanto anhelaba. Un silencio
reparador y pacífico que le impulsó a levantarse y afrontar el mundo con
ilusión y optimismo. Retomó la caminata, cabizbajo, pero esta vez no era por
esconder la mirada de los ya no tan asfixiantes edificios de la ciudad, sino
por humildad y sumisión. Mas esta vez escondía algo que no llevaba antes: una
discreta sonrisa producto de una fe completamente renovada.
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