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miércoles, 25 de marzo de 2015

Generación bisagra

Son sutiles, aunque constantes, los cambios que se dan en el día a día, y que se han dado entre estas última generaciones. Puede que la mía sea una “generación bisagra” que, aunque en parte no ha vivido de forma marcada un antes y un después del auge de la tecnología, ha crecido sumergida en una cultura capitaneada por los megabytes. Como todo, una parte de su impacto ha sido increíblemente positiva: ¿quién se iba a imaginar mandar en cuestión de un segundo o menos un mensaje a la otra punta de la Tierra? O trabajar con gente que ni siquiera conocemos en persona. Se trata de un mismo tipo de relaciones llevadas a cabo de formas diferentes. El impacto negativo es lo que no vemos los “privilegiados del primer mundo”, o lo obviamos. De todos modos este artículo no se va a centrar en este punto, ya hay millones de artículos rondando internet para criticarlo y esta vez no me voy a sumar. No por hacer oídos sordos, sino por enfatizar en otra de las caras del diamante.

Como miembro de la “generación bisagra” a la que pertenezco, tengo que decir que en muchas situaciones me he visto entre dos mundos: el real y el que las generaciones anteriores pelean por mantener a flote. No considero que esto sea bueno o malo en sí, solo que la forma de llevar a la práctica algunos criterios (buenos) ha cambiado de forma radical y ha pillado desprevenidos a muchos. Poco a poco veo que trabajamos para que las etiquetas que ponemos a los demás solo queden restringidas a las fotos de Facebook, que la vida no va de ser de derechas o de izquierdas porque se trabaja mejor con las dos manos y creando puentes, que “el otro” o “el de fuera” necesita empatía y comprensión antes que rechazo y que lo que trae consigo – cultura, religión, conocimientos y experiencias – no contamina nuestra feliz burbuja sino que la expande para enriquecerla hasta adquirir el tamaño del universo.

Lo llaman globalización. Son trece letras que abarcan un concepto que está marcando el siglo XXI. Es una ventana a la verdadera apertura y el diálogo intercultural, interreligioso y político. Todo esto suena muy bien, y cuanto mejor suena más responsabilidad conlleva. Demasiados prejuicios llevan sembrados durante siglos y que nos toca a nosotros reducirlos a cenizas, demasiada comodidad mental respecto a lo importante que debemos vencer en el día a día, demasiados “yo y los míos” y pocos “yo por el prójimo”. Es una oportunidad que, para muchos, se quedará grande porque van a rechazar este fenómeno que, a mi parecer, es inevitable. Si algo hemos aprendido de la vida es que hay que adaptarse y encauzar los cambios al mejor de los destinos, dejarnos ser “hijos de nuestra época”, aceptarlo y dignificarlo.

Una época exigente que necesitará gente exigente. Confío en que cuando oigamos “van un español, un americano, un árabe y sudafricano”, dentro de unos años, nos venga a la cabeza una simpática imagen de un grupo de amigos en vez del comienzo de un chiste. Confío en que, algún día, hagamos honor a lo que somos – seres humanos – y nos toleremos de verdad sin tropezar con la piedra de la hipocresía y caer en el pozo del relativismo. El esfuerzo comienza en nuestro interior para, luego, reflejarse en el mundo y los demás. Tampoco soy fan de que tengamos en mente conceptos gigantes y utópicos como “la paz mundial” o “erradicar el hambre en el mundo”, porque suenan muy bien pero su tamaño frustra, como es normal, a todo aquel que piensa en ellos y que se ve atado a su vida. La solución no creo que sea quedarse de brazos cruzados, sino haciendo pequeñas contribuciones personales diarias: una sonrisa para el otro, un saludo agradable, un pan para el que lo necesita, un “no pasa nada” al que se equivoca, y al “otro”, acogerle, porque quién sabe si tú lo serás mañana.


Algunos dicen que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, con nostalgia en su mirada. Puede que a veces sea verdad, pero ciertamente no es determinista. Yo prefiero decir “el presente es la oportunidad de mejorar el pasado y forjar un futuro más esperanzador”. Así que adelante, generación bisagra, este es nuestro partido y nos toca salir a la cancha a jugar. Vamos a darlo todo.