Páginas

lunes, 11 de junio de 2012

Héroe


            Estaba oscuro cuando abrí dificultosamente los ojos, mas no vi nada. Tenía la respiración algo acelerada, y el corazón jamás me había latido de esa forma tan rotunda y arrítmica.

            No me acuerdo de cómo he llegado hasta aquí, ni me interesa. Este lugar oscuro y gélido en donde he caído de forma forzada es precisamente lo que necesitaba para desconectar de mi ajetreada vida.

            El suelo está algo húmedo y mohoso, trato de levantarme pero me es imposible... es como si la gravedad se hubiera potenciado y mis piernas parecieran meras astillas finas. Mas no desisto, trato de levantarme ingeniándomelas como puedo, y finalmente lo consigo, aunque sigo apoyado en la pared.

            Mi pulso se va ralentizando y las gotas de sudor frío no paran de deslizarse siguiendo el contorno de mi rostro. A pesar de no ver ni el más remoto atisbo de luz, me aventuro a dar mi primer paso hacia dondequiera que sea. Espero unos segundos… existe un silencio sepulcral en este lugar, en mis adentros estoy deseando recibir alguna señal, algo, lo que sea, para dar el segundo paso.

            Pasados unos minutos, sin ningún cambio a mi alrededor, me aventuro a dar el segundo paso, que también resulta satisfactorio. Y al segundo paso le siguieron el tercero y el cuarto. Me confié. Quizás demasiado.

            Respiro. Vuelvo a respirar mientras aprieto y relajo los puños. Trato de potenciar mis sentidos para ver si percibo algo: resultó en vano. Entonces di mi quinto paso y quedé atrapado en algo parecido a una tela de araña. Todos mis intentos por deshacerme de su entramado fueron inútiles, y pocos instantes después de fracasar intentando escapar comencé a escuchar voces.

            Cada vez que escuchaba una voz, la tela se dirigía hacia ella, y yo me tropezaba con algo. Tras varios tirones y una gran angustia, las voces cesaron y la telaraña se esfumó, quedando yo tendido en el suelo. ¿Qué había sido eso? Lágrimas silenciosas recorrieron mi rostro mientras intentaba darme cuenta de lo sucedido.

            Me di cuenta de que no tenía ninguna guía. De que, a pesar de tener ojos y oídos, no veía ni escuchaba. Y si escuchaba, tropezaba. El problema no estaba ahí: simplemente no sentía.
Transcurrieron varios minutos, de silencio absoluto, en los que tuve la mente sepultada bajo una nube de pensamientos. Comprendí que mi alma se moría de hambre; estaba tan ocupado intentando construirme una vida que me olvidé de lo más importante: sus cimientos. La chispa de la vida.

            Necesitaba romper con las ataduras de esta vida, buscar la verdad. Y no vi otra manera que levantarme con firmeza, para luego postrarme, con la frente clavada en el húmedo suelo, ante el Señor del Universo. Y el lugar se llenó de una luz cegadora, tras suplicar invocando su nombre: “Guíame, Señor”