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jueves, 27 de diciembre de 2012

Hipnosis

               Últimamente me da la sensación de que los días acaban casi antes de empezar, los minutos pasan como segundos, las horas como minutos, los días como horas y las semanas como días. Es como si hace siglos la vida fuera un río que transcurría con fluidez pero con calma, y ahora ha llegado al precipicio que es la cascada. Quizás me equivoque, pero me parece que antes las cosas, los detalles, eran más auténticos que ahora, la vida era más sencilla pero al mismo tiempo más real.


                Con esto quiero dar pie a una realidad que está pasando por delante de nuestros ojos pero que por lo visto estamos muy ocupados - ya sea estudiando, trabajando o buscando divertirnos - como para percatarnos de ella. Vivimos en la era de la esclavitud intelectual, prisioneros de una falsa libertad que parece que nos va a dar la felicidad. Nos hemos olvidado de las grandes batallas de los antiguos, de las personas que marcaron la historia - pero sobre todo del por qué -, nos hemos olvidado de los océanos de sangre derramados para dejar un legado a día de hoy desperdiciado.


                Nuestros días comienzan con los quehaceres y los quehaceres terminan con nuestros días. Nunca tenemos tiempo para estas solos con nosotros mismos, pero es más, no lo anhelamos a pesar de que nuestra naturaleza lo pida. Nos ponemos obligaciones que no son prioritarias o necesarias, buscando el "bienestar" (pasajero) que nos puede ofrecer este mundo con el ocio, la música, los videojuegos, las fiestas, etc. Todo esto que acabo de mencionar no debería ser nuestra preocupación más grande, puesto que no son más que meros complementos en la vida que son, solo en parte, necesarios (y no todos ellos).


                La necesidad de trascender ha caído en el olvido, necesidad con la que todos nacemos y que pocos logran buscarle un hueco en su vida para atenderla. No paramos. Y, ciertamente, es algo que se hace cada vez más difícil pero no por ello merece menos la pena sino todo lo contrario. La ventaja que da sentarse uno consigo mismo, aislarse del mundo, trascender, mirar con perspectiva la vida, reenfocar, autoevaluarse y proponerse mejorar es que la próxima vez que se salga a la calle ya no será lo mismo: se está más preparado y con más fuerza para afrontar la vida y sus situaciones. No debemos esperar a las "bofetadas" de la vida para cambiar y reenfocar: es mejor anticiparse.


                Por supuesto que cuando hablo de trascender y de "sentarse uno consigo mismo", me estoy refiriendo igualmente a tomar un contacto más intenso con el Creador. Puesto que venimos de Él, debemos ser coherentes con esa parte de nosotros que no es pura materia; y, de hecho, creo que se está descuidando mucho este término: coherencia. La relación entre lo que pensamos, necesitamos y hacemos es vital para aspirar a ser felices y ser capaces de afrontar las dificultades de la vida. Y, yendo más allá, creo que la vida (esta y la eterna) se convierten en un infierno cuando esa coherencia no existe, es decir, conocer la teoría y no ponerla en práctica. Esto no atenta - para nada - con la más aplastante de las lógicas: sin ir más lejos, cada uno en su profesión no solo debe conocer la teoría sino que debe aplicarla bien porque si no sería un profesional mediocre. 


                Esto nos lleva directamente al "sacrificio". La vida tiene mucho que ofrecer (no todo bueno ni todo malo) y, por supuesto, para mantener una coherencia se deben adoptar ciertos hábitos o actividades, dejando otros totalmente descalificados. "Probar de todo" ya rompe de por sí con esa coherencia que nos exige el ser, y volveríamos a caer en la misma espiral de siempre. El equilibrio que se debe buscar debe estar dentro de unos límites que la persona escoge libremente tras una reflexión racional - sin coacción social - y coherente, y un posterior compromiso consigo mismo y con el Creador. Lo peor que puede hacer el ser humano es seguir unas pautas que atentan contra su naturaleza (material y divina), y más aún a sabiendas. No existe mayor injusticia. Nos han vendido que la felicidad, el éxito, el triunfo en esta vida se forja a base de actividades (no todas) que - casualmente - atentan contra nuestra naturaleza y las leyes divinas. Lo peor es que también nos han vendido que somos incapaces de ir contra ello y que si nos oponemos debemos ser mirados de una forma diferente. Ha sido una conquista intelectual exitosa - todo hay que decirlo - pero si algo jamás puede ser conquistado ese es el espíritu del ser humano.


                No existe mayor fuerza que la fuerza de voluntad humana, empujada por la fe y el deseo de una relación buena con el Creador - en primer lugar - y con la creación, con la firme certeza de que siguiendo Su camino (tanto en pensamiento como en acciones) viviremos un paraíso tanto aquí como en la vida futura.


                Solo se vive una vez: hagámoslo de una forma correcta.