Con esto quiero dar pie a una
realidad que está pasando por delante de nuestros ojos pero que por lo visto
estamos muy ocupados - ya sea estudiando, trabajando o buscando divertirnos -
como para percatarnos de ella. Vivimos en la era de la esclavitud intelectual,
prisioneros de una falsa libertad que parece que nos va a dar la felicidad. Nos
hemos olvidado de las grandes batallas de los antiguos, de las personas que
marcaron la historia - pero sobre todo del por qué -, nos hemos olvidado
de los océanos de sangre derramados para dejar un legado a día de hoy desperdiciado.
Nuestros días comienzan con los
quehaceres y los quehaceres terminan con nuestros días. Nunca tenemos tiempo
para estas solos con nosotros mismos, pero es más, no lo anhelamos a pesar de
que nuestra naturaleza lo pida. Nos ponemos obligaciones que no son prioritarias
o necesarias, buscando el "bienestar" (pasajero) que nos puede
ofrecer este mundo con el ocio, la música, los videojuegos, las fiestas, etc.
Todo esto que acabo de mencionar no debería ser nuestra preocupación más grande,
puesto que no son más que meros complementos en la vida que son, solo en parte,
necesarios (y no todos ellos).
La necesidad de trascender ha
caído en el olvido, necesidad con la que todos nacemos y que pocos logran
buscarle un hueco en su vida para atenderla. No paramos. Y, ciertamente, es
algo que se hace cada vez más difícil pero no por ello merece menos la pena
sino todo lo contrario. La ventaja que da sentarse uno consigo mismo, aislarse
del mundo, trascender, mirar con perspectiva la vida, reenfocar, autoevaluarse
y proponerse mejorar es que la próxima vez que se salga a la calle ya no será
lo mismo: se está más preparado y con más fuerza para afrontar la vida y sus
situaciones. No debemos esperar a las "bofetadas" de la vida para
cambiar y reenfocar: es mejor anticiparse.
Por supuesto que cuando hablo de
trascender y de "sentarse uno consigo mismo", me estoy refiriendo
igualmente a tomar un contacto más intenso con el Creador. Puesto que venimos de
Él, debemos ser coherentes con esa parte de nosotros que no es pura materia; y,
de hecho, creo que se está descuidando mucho este término: coherencia. La
relación entre lo que pensamos, necesitamos y hacemos es vital para aspirar a
ser felices y ser capaces de afrontar las dificultades de la vida. Y, yendo más
allá, creo que la vida (esta y la eterna) se convierten en un infierno cuando
esa coherencia no existe, es decir, conocer la teoría y no ponerla en práctica.
Esto no atenta - para nada - con la más aplastante de las lógicas: sin ir más
lejos, cada uno en su profesión no solo debe conocer la teoría sino que debe
aplicarla bien porque si no sería un profesional mediocre.
Esto nos lleva directamente al
"sacrificio". La vida tiene mucho que ofrecer (no todo bueno
ni todo malo) y, por supuesto, para mantener una coherencia se deben adoptar
ciertos hábitos o actividades, dejando otros totalmente descalificados.
"Probar de todo" ya rompe de por sí con esa coherencia que nos exige
el ser, y volveríamos a caer en la misma espiral de siempre. El equilibrio que
se debe buscar debe estar dentro de unos límites que la persona escoge
libremente tras una reflexión racional - sin coacción social - y
coherente, y un posterior compromiso consigo mismo y con el Creador. Lo
peor que puede hacer el ser humano es seguir unas pautas que atentan contra su
naturaleza (material y divina), y más aún a sabiendas. No existe mayor
injusticia. Nos han vendido que la felicidad, el éxito, el triunfo en esta vida
se forja a base de actividades (no todas) que - casualmente - atentan contra
nuestra naturaleza y las leyes divinas. Lo peor es que también nos han vendido
que somos incapaces de ir contra ello y que si nos oponemos debemos ser mirados
de una forma diferente. Ha sido una conquista intelectual exitosa - todo hay
que decirlo - pero si algo jamás puede ser conquistado ese es el espíritu del
ser humano.
No existe mayor fuerza que la
fuerza de voluntad humana, empujada por la fe y el deseo de una relación buena
con el Creador - en primer lugar - y con la creación, con la firme certeza de
que siguiendo Su camino (tanto en pensamiento como en acciones) viviremos un
paraíso tanto aquí como en la vida futura.
Solo se vive una vez: hagámoslo
de una forma correcta.