Aún me acuerdo de esa conversación. Él, señorial aunque a la
vez humilde, detrás de incontables torres de papeles y libros sentado en su
aparentemente cómoda silla de piel, y yo, al otro lado de la mesa, con mirada
de admiración y poniendo especial atención hasta en la última coma de lo que
decía. Me di cuenta de que “mayor de edad” no es más que el comienzo, no es una
meta ni un fin, sino el primer salto a la vida, cual pájaro en su primer vuelo.
Mayores para echar a volar del nido, pero los más pequeños e
inexpertos en el cielo lleno de oportunidades y peligros, encuentros y
desencuentros. Precisamente de eso hablábamos, de la cantidad de sueños e
ilusiones que había que madurar puesto que se habían edificado sobre un nido
pequeño y un horizonte escueto y pobre. Era duro, toda una vida soñando para
que al escuchar el pistoletazo de salida darse cuenta de que había que cambiar.
- C’est la vie – me dijo mirando al infinito, como si
estuviera viendo toda su vida pasar por delante de sus ojos.
Me quedé en blanco, inicialmente, pero luego le contesté:
- Ahora que he echado a volar del nido… ¿significa que debo
dejar de soñar?
Se río con los ojos e hizo una simpática mueca con la boca.
Levantó la mirada, muy seguro de lo que iba a decir:
- ¿No crees que cuanto más alto y lejos vueles, aprenderás
incluso a soñar realidades?
- ¿Soñar realidades? Qué contradicción.
- Lo contradictorio de ser feliz, mi joven amigo, es creer
hasta la muerte en un sueño sin vida. Volar, conocer y ser humilde te hará
soñar, es decir, desear lo posible sin dejar nunca de ser ambicioso. Nunca se
ha de olvidar que hubo un día en el que toda nuestra realidad se reducía a un
nido y que nuestras alas eran más bien un adorno. Pero el cielo es infinito, y
las alas están para recorrerlo.
Solo pude soltar una sonrisa de satisfacción en aquel
instante. Soñar realidades. Qué contradicción más acertada.