Cuenta la leyenda que llegará un
momento en el que las personas podrán tocarse y no sentirse, un momento en el
que dará la casualidad de que, cuanto más cerca estás de alguien, realmente
estás más lejos. Algunos tacharon esta leyenda de una locura, otros de una
enfermedad, una maldición, y otros simplemente rieron con ironía en sus
adentros. Sea lo que sea, continúa la leyenda, hará sucumbir la magia que
albergaban las miradas apasionadas y los rostros sonrojados, así como la
ternura envuelta en las sonrisas florecidas por un inocente sentimiento.
Cuenta
la leyenda que los humanos serán aplastados por su grandeza y ahogados en los
océanos de ilusiones virtuales que creyeron que alguna vez saciarían su sed
infinita. Olvidarán el olor de las flores y el canto de los ruiseñores; incluso
el color de sus ojos brillando reflejados sobre la superficie de un arroyo en
una soleada tarde de encanto y brisa fresca. Dejarán de sentir el frío golpe de
las gotas de lluvia sobre sus rostros por refugiarse en sus prisiones
encefálicas adornadas en su interior con miedo envuelto con compasión y una
pizca de rechazo hacia sí mismos.
Cuenta
la leyenda que esta maldición se apoderará de la voluntad del ser humano y le hará
llevar los ojos vendados, los labios sellados y los oídos atormentados; lo
convertirá en su títere aunque le hará creer que él es el que mueve sus propias
cuerdas. Creerá que ama, mas no se amará ni a sí mismo; creerá que construye, aunque
solo se estará destruyendo por dentro; creerá que vive pero su corazón estará vacío,
lleno de ilusiones volátiles. Pero esto… solamente lo cuenta una leyenda.