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jueves, 12 de julio de 2012

El vuelo

            Nada más romper la cáscara del huevo ya tiene ganas de vivir. Desplumado, torpe y casi ciego, pero ya dando sus primeros pasos rápidos, como si el mundo fuera a acabarse ese mismo día.
            De momento parece que tiene que esperar a crecer dependiendo del resto, aunque sabe que, tarde o temprano, esa situación acabará. De hecho, en su interior hay una parte que lo está deseando, mientras que otra lo está temiendo.
            Ya ha aprendido incluso a volar, aunque nunca ha sido de vuelos altos. Dicen que por encima de esa espesa y permanente capa de nubes existe algo que, una vez descubierto, no te permite volver. Saber eso atemoriza. ¿Dejar todo atrás? No iba a arriesgarse.
            Mas se plantó en él una semilla de curiosidad, que enraizaría en su corazón y fructificaría en la razón. Nadie compartía su curiosidad, nadie quería escuchar: simplemente querían seguir con su vida.
Entonces lo tuvo claro: emprendió su vuelo con ansias de saciar su curiosidad. El viaje no fue fácil: cada vez hacía más frío, los vientos huracanados le desviaban y le aturdían. No se rindió, tenía su objetivo bien claro. Cuando alcanzó la capa de nubes apenas la quedaban fuerzas, y dejó de batir las alas, estaba fatigado.
            Para su sorpresa no cayó en picado, sino que ascendió y vio la fuente de luz y de vida. Había, a lo lejos, otros curiosos como él, todos sorprendidos e hipnotizados por la belleza de aquello.
            Supo entonces por qué nadie volvía a su tierra.

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