Una mirada, un
instante, un latido y un escalofrío. Parece mentira que un momento en la vida
de una persona pueda marcarle de por vida. Es maravilloso y misterioso ese
sentimiento que de repente explosiona dentro del pecho de una persona tras una
milésima de segundo, dejándola rendida completamente y al mismo tiempo
haciéndola sentir invencible, imparable, capaz de sobreponerse a absolutamente
todo. Desarmado y sin miedo. Aquí las palabras no tienen cabida, puesto que
jamás aspirarían a superar el efecto de una sonrisa o una caricia, un perfume o
simplemente la presencia de esa persona. Un sentimiento que ha llevado a las
personas a cruzar mares y océanos únicamente para revivirlo y avivarlo aún más,
es el comienzo de un viaje irrepetible, indescriptible e irrevocable.
Encontrar al
compañero que recorrerá junto a nosotros la travesía que es la vida es cosa del
destino, uno nunca imagina dónde puede encontrarlo. Podría tenerlo delante
durante años y no darse cuenta, pensando que lo encontrará en cualquier lugar
misterioso del mundo. El momento en el que las almas se unen marca un drástico
antes y un después en la historia de cada uno, es una bendición que no se puede
rechazar, un tesoro que comenzamos a anhelar no por ambición sino por virtud y
amor. Pero esto no es cosa fácil, tampoco difícil, sino que es cuestión de
tiempo, sutileza, confianza y mucha conversación. Tras la primera unión en ese
instante, hay un viaje que realizar para llegar al tesoro que encierra esa
persona, y dar acceso al tesoro que uno mismo lleva dentro.
Una vez alcanzado
el tesoro la cosa no acaba ahí. Ambas personas se poseen la una a la otra pero
ahora deben enfrentarse juntas al mundo mientras se cuidan entre sí. Cada uno
está en las manos del otro, han confiado y se han dado, y aquí las acciones
adquieren prioridad puesto que las palabras se las lleva el viento. Las
promesas no están para decirlas sino para cumplirlas, los pequeños detalles son
prácticamente lo más importante, despertarse cada día queriendo ser la razón de
la felicidad de la otra persona. Una relación se basa en la confianza, el
consenso sobre los aspectos más importantes, el servicio, la espiritualidad y,
por supuesto, el amor. Tras alcanzar esa situación, ambas personas aspirarían a ser los mediadores para el milagro de la vida, y ver los frutos de todo aquello que han ido construyendo.
El mejor
compañero no es aquel que sea más rico, tenga mejor estatus social o tenga una
gran belleza. El mejor compañero es aquel que quiera llevarte al paraíso con
él.
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